La característica ironía de Umberto Eco puede ser un arma de doble filo. O es entendida como tal o es llevada al extremo contrario, a la crítica destructiva, como me pasó ha pasado. Confieso que me ilusionó saber que Umberto Eco (ya sabéis, el autor del libro El nombre de la rosa) había escrito un texto sobre cómo organizar una biblioteca, pero para mi sorpresa no era lo que esperaba leer. Se puede decir que me desilusionó, incluso estuve pensando no escribir este post. El texto «Cómo organizar una biblioteca pública», publicado en 1981 por el escritor italiano y recogido en el libro Segundo diario mínimo, parece ser (y es) un escrito sobre cómo no debe ser una biblioteca pública.

En los 18 puntos recogidos en el texto se pueden leer frases como «el préstamo no debe fomentarse», «el tiempo entre solicitud y entrega debe ser muy largo», «el préstamo entre bibliotecas deber ser imposible», «el bibliotecario debe considerar al lector como un enemigo» o «los horarios (de la biblioteca) deben coincidir absolutamente con los de trabajo». La verdad es que son sentencias que dejan a uno de piedra. Un sin sentido de lo que son las bibliotecas públicas en la actualidad, y quizás también de lo que eran la mayoría de bibliotecas en el momento en que fue escrito este texto por el escritor, filósofo y profesor universitario italiano.

Lejos de una mala experiencia bibliotecaria que le llevara a escribir este mundo apocalíptico bibliotecario, en el cual lo que menos interesa es el acceso y transmisión de información y conocimiento de manera libre, parece estar más cerca de ser una visión de las bibliotecas de principios de los 80. Lo que hace Umberto Eco en este escrito, y según me comenta mi colega Manuela Barreto, «es una crítica irónica a las bibliotecas públicas italianas de los años 70 del siglo pasado, que revela un enorme amor por las bibliotecas. Debe ser leído teniendo en cuenta la ironía, tan característica de Eco. Tiene perlas que son duras críticas y que entonces eran ciertas sobre las bibliotecas italianas». Tal y como se indica en el libro donde está recogido esta especie de manifiesto bibliotecario, los textos de Eco están cargados de una ironía destructiva en el que ataca tanto al mundo académico, como a las necesidades de la vida cotidiana, entre las que se incluye el diseño de objetos y los intrincados laberintos de la burocracia.

También Roberto Soto me ha comentado que «la ironía tiene un filo muy fino» (y en el cual se puede decir que me he cortado) y Francisca Martín me ha dicho (y estoy totalmente de acuerdo) «no me gusta nada la educación en negativo, los ejemplos siempre deben ser en positivo». Sea como fuere, no seré yo quien invisibilice y oculte este artículo. Siempre es bueno conocer la opinión que se tienen de las bibliotecas, en cualquier lugar y momento. Así que aquí os dejo el texto íntegro con el que Umberto Eco pretende (o pretendía) que organizaras una biblioteca pública. Espero que hagáis justamente lo contrario de la mayoría de ideas que se aportan en esta sátira.

Texto íntegro: Cómo organizar una biblioteca pública

  1. Los catálogos deben dividirse lo más posible: debe ponerse mucho cuidado en separar el catálogo de los libros del de las revistas, y éstos del catálogo por materias, por no hablar de los libros de adquisición reciente de los libros de adquisición más antigua. Posiblemente, la ortografía, en los dos catálogos (adquisiciones recientes y antiguas), debe ser diferente; por ejemplo, en las adquisiciones recientes, armonía empieza por A, en las antiguas por H; Chaikovski, en las adquisiciones recientes por Ch, mientras en las adquisiciones antiguas por Tch, a la francesa.
  2. Las materias deben ser decididas por el bibliotecario. Los libros no deben llevar en el colofón una indicación sobre las materias bajo las que deben enumerarse.
  3. Las signaturas deben ser intranscribibles, posiblemente muchas, de manera que quien rellene la ficha no tenga nunca sitio para poner la última denominación y la considere irrelevante, y luego el empleado pueda devolverle la ficha para que la vuelva a rellenar.
  4. El tiempo entre solicitud y entrega debe ser muy largo.
  5. No hay que entregar más de un libro a la vez.
  6. Los libros entregados por el empleado, al solicitarse mediante una ficha, no pueden llevarse a la sala de consulta, es decir, hay que dividir la propia vida en dos aspectos fundamentales, uno para la lectura y otro para la consulta. La biblioteca debe desalentar la lectura cruzada de los libros porque provoca bizquera.
  7. Debe haber, posiblemente, ausencia total de máquinas fotocopiadoras; de todas maneras, si existe una, el acceso debe ser muy largo y laborioso, el gasto superior al de la papelería, los límites de copias permitidas reducidos a no más de dos o tres páginas.
  8. El bibliotecario debe considerar al lector como un enemigo, un haragán (si no, estaría trabajando), un ladrón potencial.
  9. La oficina de información debe ser inasequible.
  10. El préstamo no debe fomentarse.
  11. El préstamo entre bibliotecas deber ser imposible; en cualquier caso, debe llevar meses. Mejor, de todas formas, garantizar la imposibilidad de conocer qué hay en otras bibliotecas.
  12. A consecuencia de todo esto, los robos deben ser facilísimos.
  13. Los horarios deben coincidir absolutamente con los de trabajo, concertados previamente con los sindicatos: cierre total los sábados, los domingos, después de las seis y a las horas de las comidas. El mayor enemigo de la biblioteca es el estudiante trabajador; el mejor amigo es el manzoniano don Ferrante, alguien que tiene una biblioteca propia, que, por lo tanto, no tiene necesidad de ir a la biblioteca y cuando muere la deja en herencia.
  14. No debe ser posible ingerir ningún tipo de comida o bebida en el interior de la biblioteca, de ninguna de las maneras, y en cualquier caso, no debe ser posible tampoco tomar nada fuera de la biblioteca sin haber depositado antes todos los libros que se tenían en custodia, de forma que haya que volverlos a pedir después de haber tomado el café.
  15. No debe ser posible encontrar el mismo libro al día siguiente.
  16. No debe ser posible saber quién tiene en préstamo el libro que falta.
  17. Preferiblemente, ausencia total de letrinas.
  18. Idealmente, el usuario no debería poder entrar en la biblioteca; si se diera el caso de que entrara, usufructuando de manera puntillosa y antipática un derecho que le fue concedido según los principios del 89, pero que no ha sido asimilado todavía por la sensibilidad colectiva, no debe, y no deberá jamás, exceptuando rápidos cruces de la sala de consulta, tener acceso a los santuarios de las estanterías.

NOTA RESERVADA. Todo el personal debe estar aquejado por minusvalías físicas, porque es obligación de una institución pública ofrecer posibilidades de trabajo a los ciudadanos minusválidos (está en estudio la extensión de tal requisito también al Cuerpo de Bomberos). El bibliotecario ideal debe, en primer lugar, cojear, para que se retrase el tiempo que transcurre entre la aceptación de la ficha de petición, la bajada a los subterráneos y la vuelta. Para el personal destinado a alcanzar mediante escalera de mano los estantes que estén a más de ocho metros, se requiere que, por razones de seguridad, el brazo que falta sea sustituido por una prótesis de garfio. El personal totalmente privado de extremidades superiores entregará la obra llevándola entre los dientes (la disposición tiende a impedir que se entreguen volúmenes mayores al formato en octavo).

(1981)

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